El mundo de Alvaro Delgado

por Enrique Lafuente Ferrari

El mundo de Alvaro Delgado es muy diverso. En primer término le interesa la figura humana, pero le traen también, a su tiempo, el paisaje, el bodegón, las flores, los animales, por ciclos o temporadas de dejarse dominar por una obsesión que persigue con el fuego de su estilo.

Pero no sería pintor de hoy si no le atrajese, a su vez, el arte del pasado como materia prima para sus glosas; Picasso ha abierto más de par en par que nadie las puertas de los museos invitando al asalto a los viejos pintores. Alvaro limita sus indagaciones a aquellos artistas mayores por los que siente incontenible atracción.

No sé si hay una inicial y vaga inclinación por el Greco en el estilo de Alvaro, desde sus etapas iniciales, pero hay desde luego tres maestros a los que Delgado glosa, frecuentemente, en su pintura. En primer término, Goya.

A él le une una afinidad básica con la que A. Delgado afirma su vinculación a las más hondas tradiciones españolas, las de lo que hemos dado en llamar - y yo he tomado la frase de mi maestro don Elías Tormo - la «veta brava» de la pintura de país. A la «veta brava» pertenece, dentro de los pintores, nuestro nuevo compañero, por vocación incontenible; su arrebato, grafismo, la dinámica impaciencia pasional de la ejecución están en la línea de la «veta brava hispánica» que en nuestra pintura se atisba desde algunos de nuestros primitivos y que asciende en el XVII con Herrera el Viejo, Ribalta o Valdés Leal y otros artistas menores para culminar en Goya y llegar a nuestros días con Picasso - cierto Picasso - y Solana como dioses máximos.

A Alvaro Delgado le sugestiona Goya en cuanto a su versión pictórica de la realidad y en cuanto a la violenta penetración en el hombre - Caprichos, Desastres, pinturas negras, Disparates -. Pero ya he dicho alguna vez que la veta brava no se limita a la pintura; se trata de una vocación que también en nuestra literatura se observa. ¿Qué es, por Quevedo, el deformante, distorsionador, violento escritor, en su prosa y en sus temas, sino un ejemplo máximo de la veta brava literaria de nuestra gente?

Pero dejo la prolongación de las líneas de este esquema a los críticos de nuestra literatura.

En cuanto a y Delgado recordaré la constante sugestión que sobre Alvaro ejercen n algunas imágenes y motivos goyescos. Con sus pinceles o sus lápices, Delgado, ha «comentado» imágenes de Goya,- el actor Máiquez, el general Ricardos, el autorretrato del pintor en el museo de Bayona, semejante al que aparece al fondo de la familia de Carlos IV, son ejemplos que ahora recuerdo.

Sus variaciones goyescas han culminado en las glosas de las escenas de guerra - Fusilamientos y Desastres -, emprendidas, a lo que creo, en 1961. Como no ha podido resistir la tentación de reinterpretar las imágenes de Felipe IV o la Infanta Margarita de Velázquez, del mismo modo que ha sentido el sortilegio de los últimos autorretratos de Rembrandt, cuando ya, el pintor, arruinado, viejo y obeso, se refugia desesperadamente en la pintura de sí mismo, el más asequible y tentador modelo a su alcance.

Sin duda que incluiríamos entre los grandes pintores doloridos de la veta brava al santificable Georges Rouault, que con Goya y con Alvaro Delgado tendrían de común no sólo su tremenda y osada factura, sino el impulso ético que emana de sus pinceles; repito que no quiero hablar de influencias sino de afinidades, pero en algunas imágenes de Alvaro le veo muy próximo al espíritu y al concepto pictórico de Rouault; valgan como ejemplo suficiente su serie de las Rameras, con su deformación radical, movida por un pesimismo expresionista que nos hace recordar el germánico Weltschmerz que mencionan los críticos de Kokoschka.

 

ENRIQUE LAFUENTE FERRARI
Del catálogo de la exposición de Alvaro Delgado en la Caja de Ahorros y Monte de Zaragoza, Aragón, y Rioja
(Zaragoza, 1983)


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