PINTAR Y MORIR

Carlos Lara, Alvaro Delgado y Francisco San José fueron los tres soldados de la Escuela de Vallecas. Aún existen en el pueblo huellas de su paso. En talleres que habían sido establos, ruinas o sencillamente a la intemperie, hicieron ellos una siembra de la que nacería, más tarde, algo fundamental en nuestra pintura moderna.

Fueron tiempos duros. Poseían tanto el entusiasmo como el que más, y tan poco dinero como el que menos, pero ninguno había cumplido veinte años. Carlos era de una habilidad increíble, carpintero, albañil, electricista, mueblista, decorador: nada que pudiera hacerse con las manos o con las uñas se le resistía. Alguien los hablaba de San Francisco, Aristóteles, Kant y Flammarion, y ellos sacaban siempre en consecuencia la necesidad de ser pintores. Un día subieron al cerro de Artesa, y con piedras y ladrillos levantaron su «monumento a los plásticos». Carlos grabó con un trozo de cuarzo los nombres perpetuos: Giotto, Greco, Piero della Francesca...

Luego cada uno siguió su camino...

No sé si se propuso seriamente o fue inevitable.

Si posaba de algo era de chiquillo. Si no posaba, lo era realmente. Por ello ahora, al buscar las razones que pueden dar permanencia a su nombre, no pienso en sus victorias en la Bienal, en la Basílica de Aránzazu ni en la decoración de la Opera. Más bien recuerdo unos ladrillos amontonados sobre un cerro de Vallecas, donde él había escrito nombre que equivalían a una bandera, a una causa, a una ambición comparable a la vida. Los nombres maravillosos y perpetuos: Giotto, Greco, Piero della Francesca...

Ramón D. Faraldo
YA. Madrid, 4 de marzo de 1958

 

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