Nota autobiográfica de LUIS CASTELLANOS


Nazco en Madrid, el día 27 de noviembre de 1915. Tengo en la actualidad (mayo de 1946) 30 años y algunos meses.

Mis estudios en la niñez son de primera y segunda enseñanza, ésta incompleta debido a que mi afición al dibujo obliga a mi padre a ingresarme a los catorce años en la Escuela Municipal de Artes industriales que dirige el crítico de arte Francisco Alcántara.

Esta Escuela ofrece un notable sentido de libertad artística y un sano criterio de pleno aire, raro en el carcomido ambiente oficial de aquella época. Bajo un modo folclorista, Alcántara proyecta la cándida espiritualidad del niño sobre el amor profundo a las cosas de España, la auténtica España de los campos, los labriegos, los cantares populares... Con sucesivas pensiones, participo en los cursos de verano que la Escuela organiza y recorro Galicia, Castilla, Vasconia, Aragón, Baleares, Portugal, etc., aprendiendo y copiando la hermosura de nuestra honda y pensativa tierra, su poderío en la sangre viviente de sus pobladores... Amo mucho a España porque la conozco desde niño. Labor magnífica de esa Escuela y su director que nunca podré olvidar.

Hacia los dieciséis años, comienzo a sentir la inquietud de saber que cosa es el arte nuevo Amigos, revistas! conversaciones, todo vago e impreciso, me van abriendo un nuevo mundo que me sugestiona. Hay en esta época ciertos acercamientos surrealistas de los que conservo cuadros y algún dibujo.

En el año 1933 llega a Madrid el pintor uruguayo Joaquín Torres García, un veterano del movimiento postcubista, que dotado de uno de los más claros talentos que he conocido, ordena, somete a juicio y verdadero conocimiento de causa todo mi enredoso criterio moderno.

En pocos meses obtengo a su lado una elemental, pero sanísima formación teórico-estética,

Mi maestro me revela por primera vez la suma importancia de la geometría en las artes plásticas y adquiero las nociones de ritmo, estructura, armonía y número dorado que ya no abandonaré en lo sucesivo.

Por esta época expongo en un salón colectivo de Arte Constructivo que organiza con éxito mi maestro, reuniendo nombres como Benjamín Palencia, Maruja Mallo, Angeles Ortiz, etc., los más destacados entre la joven generación de pintores. A continuación, en junio de 1934, inauguro mi exposición individual en el Ateneo de Madrid, con escasos comentarios por parte de la crítica.

Torres García parte para su patria y yo estrecho una colaboración fértil con Maruja Mallo y Benjamín Palencia, los dos pintores españoles de mayor transcendencia, a mi criterio, en nuestra joven generación.

En los años 35 y 36 persigo el fin de introducir la rítmica geométrica en la expresión normal de la realidad. Difícil empeño, cuyas mil dificultades voy resolviendo paso a paso.

Algunos años dedicado actividades ajenas a la pintura, tienen la virtud de sedimentar mis conocimientos y propósitos con el peso de cierto eclecticismo humano y necesario.


Del libro «Luis Castellanos»,
Colección Arte Moderno, Ed. Alejo Climent, Madrid, junio, 1946.




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