Llegó a Vallecas de paso y se quedó. Este ex-sacerdote es la memoria viva de una época en la que luchar por las libertades era misión hasta de los curas de las barriadas obreras. Más de 30 años después, vive casado y con tres hijas y ha sacado tiempo para escribir un libro en el que recuerda las luces y las sombras de aquella época No es el padre Eugenio de la popular serie de televisión Cuéntame cómo pasó, pero su trayectoria personal guarda muchos puntos en común con él. De hecho, ha asesorado a los guionistas de la serie. Julio Pérez Finillos llegó para ejercer como sacerdote a Vallecas en el año 1966. A pesar de que su destino eran las misiones, decidió que su sitio estaba aquí. Por aquella época, Vallecas se- guía siendo un barrio olvida- do, con escasas infraestructuras y con una población totalmente obrera. Aquella realidad le animó más aún a defender las libertades en un régimen que pegaba sus últimos coletazos. Más de 30 años después, este vecino de Villa de Vallecas -ahora casado y con tres hijas- ha sacado tiempo de sus clases en un colegio de Palomeras para explicar la lucha de los curas en los barrios obreros. ¿Por qué decide ahora recuperar la memoria histórica? Los curas
de los barrios obreros es producto de una tesis doctoral. Los directores
de la tesis y otros compañeros me comentaron que este trabajo
valía la pena publicarlo para que no se pierda el recuerdo. Además,
la Iglesia de hoy necesita recordar que su labor no es subirse demasiado
a los púlpitos, sino estar al pie de la calle. La mejor
forma era la propia cotidianeidad vivida en respeto, en silencio.
Cuando llego
en 1966, continuaba el fenómeno de la inmigración, que
comenzó a mediados de los 50. Los vecinos eran de carácter
rural, personas que acababan de llegar a la ciudad. Gente que dejaba
su pueblo donde seguramente tenía una casa amplia y una imagen
familiar, para venirse a un piso o una chabola en donde estaban más
solos que la una. En aquel momento me quería ir a las misiones,
pero al pasar un año en Vallecas y ver todo esto le dije al párroco
que mi misión estaba aquí. Un poco después de mi llegada, la clase obrera ya se organiza y empiezan las grandes huelgas, como la de 1967 en Atocha. Los obreros se organizan ayudados también por los grupos de la iglesia que están en la clandestinidad. Hasta dos veces... Sí, pero ha habido mucha más gente que lo ha sufrido y que seguro que tendría mejores cosas que contar. A mí me detuvieron por una homilía, por unos panfletos que lancé, por asociacionismo legal... pero todo el mundo en el fondo entendía que eso era correcto. Es la postura que tomé y soy consciente de que me movía en un terreno intermedio entre la legalidad y la ilegalidad; me aprovechaba. Mi paso por la cárcel fue duro pero precioso. El poso que me ha dejado y que cultiva mis días es un agradecimiento enorme. Con la gente con la que he compartido vivencias y que me ha aportado tanto y me ha descubierto el rostro del Evangelio. ¡Ojalá que, sin imponerlo nunca, tu- viéramos el Evangelio como norma en la vida y todos descubrieran la fuerza de lo que en él se dice! Lo que pasa es que ahora vivimos en una sociedad que ha decidido no ahondar más en él.
Articulo extraído de la revista “Magazine de Mercado/Villa de Vallecas” /Octubre 2004” Texto: Iván Estarás
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