LELE
DEL POZO
Es soltero y lleva
ya treinta años en el barrio. "Cuando yo llegué había
que andar con unas botas hasta aquí -dice señalando sus
rodillas-. Vino del sur, de Jaén, de la mano de su familia y
su primera ocupación consistió en carrear agua desde unos
depósitos cercanos, agua que luego vendía por las casas,
"con tres pesetas había para unas cuantas dichas".
Allí se iniciaba en la calle donde continúa. La casa apenas
la pisa para comer y dormir.
Sin horario fijo, estrena la mañana vendiendo porras y churros
por las calles. A su voz acuden los vecinos, unos por necesidad y otros
por echarles una mano. Acabado el "reparto", comercia con
bolsas para la basura y así, junto con esa ridícula pensión
que le conceden de tres mil pesetas, se va defendiendo.
Es como el periódico vivo de toda una comunidad de dos mil veintidós
vecinos. Se sabe la cifra de memoria y conoce, casi individualizado,
a cada uno de ellos. Recuerda, incluso mejor que el propio interesado,
el día que llegó al Pozo, cuando le han dado piso nuevo o si
ha padecido alguna enfermedad grave. Si, por desgracia, se ha quedado
en el camino, el acudirá presto a su entierro, como si hubiese
ido en vida a llevarle la virgencita con su minicapilla, que aún
se pasea por el Pozo de casa en casa. Del mismo modo habría corrido
raudo a echarle una mano o ayudarle en cualquier necesidad.
Y si a su mujer, como es aún costumbre en el barrio, le gusta
juntarse en corrillo con otras comadres, no sería raro que le
viesen rondar por los alrededores hasta ser invitado a participar en
sus conversaciones. Siempre tiene la información más reciente
y fiable.
Es un apasionado del Pozo a quien todos conocen y aprecian porque es
incapaz de hacer daño a nadie. ¿"Cambiarme yo de
barrio"?... amos anda, ni loco hacia yo eso.
(Revista Valle
del Kas, Enero de 1985) |