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EL AMANECER DE LAS BIBLIOTECAS  COMO BIEN PÚBLICO: EL CASO DE VALLECAS.

Inocencia Soria

EN LA GUERRA CIVIL

  
       
   El 9 de octubre de 1936 se cerró al público la Biblioteca Nacional. Pero en Madrid, a pesar de la proximidad a los frentes de batalla, algunas bibliotecas públicas intentaron mantener sus servicios. La Biblioteca Popular de Hospicio registró en el segundo trimestre de 1938 unos 8.300 lectores, la de José Acuña situada en plena Gran Vía, debido a los continuos bombardeos, cerró el servicio en sala pero se mantuvo el de préstamo de libros. Incluso para atender a la población que se había trasladado a zonas más seguras al noroeste, se crearon pequeñas bibliotecas circulantes. Así se abrieron al público las bibliotecas de Prosperidad-Guindalera y la de Ventas (Martínez Rus 2003).

Vecinos se refugian de los bombardeos en la estación del Metro de Puente de Vallecas


    Por otra parte, la organización Cultura Popular, nacida en 1936 para coordinar todas las manifestaciones populares de partidos, sindicatos y asociaciones, creó una red bibliotecaria en batallones, hogares del soldado, hospitales de sangre o locales de partidos.

   Vallecas estaba próxima al frente que se extendió más de quince kilómetros entre las carreteras de Valencia y Andalucía. Estaba atravesada por la carretera de Valencia, vía de comunicación del Madrid republicano con Levante, principal fuente de aprovisionamiento de víveres y material bélico y, por tanto, objetivo militar a ganar por las tropas franquistas (Elorriaga 2001).
 

     Aunque ya no hay Memoria publicada de la Biblioteca de Vallecas en 1936, se pueden rastrear los datos gracias a los libros de registro. En 1936 continuaron incrementándose sus fondos. Además de los meses anteriores a la guerra, en julio, agosto y septiembre de   1936 entraron más de 70 libros procedentes de la JIAL y de otros donativos. En septiembre de 1936 se compraron 131 libros a varios libreros. En octubre del 36 se anotaron también más de 80 donativos y se compraron 125 a la librería de M. Canales (que sigue funcionando actualmente en la Cuesta de Moyano, 24), entre ellos las más importantes obras de Joaquín Costa y el teatro completo de Ibsen. El 31 de diciembre de 1936 se cierra el registro de entrada con el número 3.344. En total los fondos en el recuento a 31-XII-1936, excluidas bajas, eran de 3.187.

     El último libro anotado en el Libro de Préstamo data del 17 de julio de 1936 y fue devuelto el 31 de diciembre de 1936.
 

Traslado de una pintura por la Junta Delegada del Tesoro Artístico

Cabe deducir que la actividad de la biblioteca cesó como servicio al público en 1937, aunque se mantuvo el préstamo durante la guerra para los empleados del Ayuntamiento. Aparecen préstamos hechos en 1937 y 1938 devueltos en 1940.

La proporción de obras extraviadas por razón de préstamo durante la guerra fue tan sólo del 2 por 1.000. Figura como extraviado un manual práctico de fotografía anotado el 6- III-1937

La evacuación del patrimonio cultural y el bibliotecario de Vallecas

Apenas iniciada la sublevación militar, la República puso en marcha medidas de protección del patrimonio cultural y ordenó a los profesionales en activo colaborar en las tareas para seleccionar y poner a salvo los tesoros bibliográficos y artísticos.

     El 23 de julio se creó la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico que, ―a lo largo de los tres años de duración de la guerra puso en práctica novedosas y acertadas medidas de protección del patrimonio cultural. Estas medidas comprendieron el traslado de obras de arte hacia zonas alejadas de los frentes de batalla, la planificación detallada de todos los aspectos que implica este tipo de transporte, la incautación de numerosas obras de arte propiedad de coleccionistas particulares o de la Iglesia, habilitación de depósitos, protección de archivos y  bibliotecas, labor pedagógica, y un largo etcétera que permitió mitigar la destrucción, expolio o pérdida de los bienes culturales inherente a la guerra (Argerich 2003).

Gran parte de la documentación de esta Junta se conserva en el  Archivo del Instituto de Patrimonio Histórico Español y en la Biblioteca Nacional para el caso del patrimonio bibliográfico.


El salvamento de lo más emblemático de nuestro patrimonio, incluidos los fondos del Museo d

el Prado implicó su traslado primero a Valencia, donde se construyeron depósitos especialmente habilitados para su protección. Desde allí hubo nuevos traslados hasta que, en febrero de 1939, el Gobierno de la República, con la colaboración del Comité Internacional para el Salvamento, depositó el Tesoro Artístico en la sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra, para garantizar su protección y seguridad hasta el final de la guerra.

     La labor llevada a cabo por las Juntas del Tesoro Artístico y el Comité Internacional para el Salvamento fue muy reconocida en Europa y Estados Unidos, pero explotada tendenciosamente en España por la propaganda franquista.

     En el contexto de evacuación del tesoro artístico tuvo lugar un controvertido episodio en el que se relaciona al que fue bibliotecario de Vallecas y conservador del Museo Arqueológico, Felipe Mateu y Llopis, con actividades para dificultar la evacuación de las monedas visigóticas del Museo Arqueológico Nacional, según informes elaborados en el marco de los procesos de depuración, por el propio bibliotecario, una vez finalizada la guerra, en mayo de 1939, y utilizados posteriormente por la historiografía más derechista.
 

The Times, 3 de septiembre de 1937, La protección de los tesoros artísticos de España

―La consideración de las medidas de evacuación del tesoro artístico como un acto de rapiña, expolio o saqueo por parte del Gobierno de la República es otra práctica derrotista que llegaría a convertirse en lugar común de la propaganda franquista durante la guerra y aún después de que ésta finalizara, y en la que participaron muchos funcionarios del Cuerpo Facultativo (…)

     En este sentido, abundan los ejemplos de oposición o resistencia de funcionarios de este Cuerpo a la evacuación de bienes del tesoro artístico que se encontraban bajo su custodia y habían sido reclamados por las autoridades republicanas para ser trasladados a otros depósitos o establecimientos o para ser enviados al extranjero a exposiciones internacionales, llegándose en algunos casos al sabotaje. Así, es muy conocido el episodio protagonizado por Felipe Matéu Llopis y Felipa Niño Mas, que emplearon toda clase de estratagemas y subterfugios para tratar de evitar la salida de numerosas piezas del monetario del Museo Arqueológico Nacional cuando el Subsecretario de Instrucción Pública acudió personalmente a retirarlas, a comienzos de noviembre de 1936 (Pérez Boyero 2010, 274).

En Valencia

Cartel con las estadísticas de Cultura Popular


      En noviembre de 1936, ante la proximidad de las tropas franquistas, el Gobierno se trasladó de Madrid a Valencia. En medio de una situación muy dramática, junto a los miembros del gobierno, se desplazaron funcionarios de los distintos ministerios, incluidos un buen número de profesores universitarios y bibliotecarios.
 


     Entre ellos se encontraba la prestigiosa María Moliner quien, a mediados de abril de 1937, presentó su valioso Proyecto de Bases de un Plan de Organización General de Bibliotecas del Estado, que se publicó en 1939. El Plan se puso en marcha y, entre abril de 1937 y marzo de 1938, se repartieron alrededor de medio millón de libros y se crearon 188 bibliotecas.
 

     A Valencia se trasladó también, en 1937, el bibliotecario de  Vallecas, Felipe Mateu y Llopis. Allí sería director accidental del Archivo del Reino y, a instancias de María Moliner, formaría parte de una comisión para reorganizar el rico monetario que poseía la Biblioteca de la Universidad de Valencia (Faus Sevilla 1990).

 

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